No se deje engañar por el greenwashing.
Últimamente, el greenwashing se ha vuelto muy popular. Pero, ¿qué significa realmente? Esta es la definición de Investopedia: “El greenwashing es el acto de transmitir al público o a los inversores información engañosa o directamente falsa sobre el impacto medioambiental de los productos y las operaciones de una empresa. También podemos hablar de greenwashing cuando una empresa intenta destacar los aspectos sostenibles de un producto para encubrir su participación en prácticas nocivas para el medio ambiente”.
El greenwashing está en todas partes: en la industria del automóvil, en la fast fashion, en reunión de la COP27 según la activista Greta Thunberg y, en lo que a nosotros respecta, en el sector financiero. El mundo de las finanzas ha evolucionado en los últimos años. Las exigencias sociales y medioambientales de las nuevas generaciones están influyendo en las decisiones de los inversores. También tenemos emergencias climáticas. Las normativas y los gobiernos están actuando. Ya no es necesario demostrarlo, todos tenemos que participar a nuestro nivel.
Según las estimaciones de Bloomberg Intelligence Regulations, en el floreciente mercado ESG, se espera que los activos superen los 53 billones de dólares en 2025. En Europa, el Reglamento sobre la Sustainable Finance Disclosure Regulation (SFDR) tiene como objetivo erradicar el greenwashing exigiendo una mayor divulgación de información.
Examinando las entradas en fondos sostenibles, se observa que han aumentado desde 2020. Este año, en un contexto de subida de los tipos de interés, presiones inflacionistas y conflicto en Ucrania, los flujos hacia los fondos sostenibles en Europa siguen siendo superiores a los registrados por los fondos convencionales. Curiosamente, los gestores de activos han reducido considerablemente el número de nuevos fondos ESG que están lanzando. Esto se debe al endurecimiento del entorno normativo, que dificulta la presentación de propuestas medioambientales, sociales y de gobernanza.
Los participantes en el mercado tienen que adaptarse constantemente y afrontar ciertos retos. Los gestores de patrimonios han de seleccionar productos financieros ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) que sean compatibles con las preferencias de sus clientes. En este sentido, también es necesario que conozcan las diferentes terminologías y estrategias (exclusión, integración, filtrado negativo, escrutinio positivo, impacto, etc.).
Los gestores de activos están sujetos a requisitos normativos de divulgación como resultado de la clasificación de los productos. ¿Integran estos productos los riesgos ESG, promueven los criterios ESG, tienen un objetivo medioambiental o social? A escala mundial, la falta de homogeneidad de las normativas y de las definiciones es un obstáculo. En el ámbito europeo, la regulación y las obligaciones en materia de divulgación son una fuente de confusión. Los inversores exigen más precisión en cuanto a marcos y límites y quieren criterios normalizados.
Otra cuestión es la de los datos ESG y el acceso a los mismos. Al anunciar un enfoque ESG, los gestores se exponen a sí mismos y a su entidad a un riesgo de reputación. Una solución obvia, aparte del lanzamiento de nuevos productos, es adaptar los productos actuales a los nuevos requisitos normativos. En este proceso, es importante mostrarse humilde.
Los inversores, los analistas financieros y los gestores de activos desempeñan un rol clave en la transparencia de los datos, pero también a través de la presión que pueden ejercer sobre las empresas, por ejemplo, sobre la importancia de Scope 3 para el cálculo del volumen de gases de efecto invernadero emitidos.
A día de hoy, una cosa es segura a la hora de seleccionar una empresa o un fondo que comunique su enfoque ESG: “confiar pero verificar”.
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